jueves, 4 de junio de 2009

Big Love S01E01-03

Estaba por el tercer capítulo de esta serie (que se trata de una familia polígama de mormones), cuando me dí cuenta cuánto sentido tenía plantear la poligamia (la poligamia, no el mormonismo) como estrategia feminista viable. Verán, los hombres, de entrada, pensarán que están ganando algo. No es necesario que aclare qué. Pero ahí es cuando empieza a ponerse interesante.
Verán, en el matrimonio tradicional, el poder de la mujer reside en negar el sexo al hombre. A cambio de esto, el hombre se transforma en el proveedor de la familia. No voy a discutir las varias formas en las que se trata de irrumpir este orden y los problemas que acarrean. Me voy a limitar a proponer la poligamia.
El problema clásico con la poligamia es que la vemos como un resabio de una cultura patriarcal opresiva, en el que la mujer es un objeto de valor o, en el mejor de los casos, debe compartir su lugar de poder en la pareja con otras cuatro mujeres, mientras que el hombre está solito en su polo. De hecho, se puede argumentar incluso que en una estructura así, la hembras del grupo deberían disputar entre ellas la atención del macho y perderían el control sobre el sexo de la pareja, teniendo que compartir con el resto. Voy a empezar por decir que estos argumentos son una mierda. En cuestiones teóricas puede parecer una teoría sólida, pero todos sabemos que en la práctica esto se desmorona. No sólo porque son archiconocidos los métodos por el que balance de poder sexual pueden ser evadidos por recursos alternativos (¡por dios! ¡tenemos toda una cultura alrededor de eso!), sino porque pensarlo de esa forma es poco estratégico. La lógica de la competencia por el premio pertenece a un sistema de valores capitalista: el hombre parece adquirir valor por bajo ese pensamiento por un simple problema de oferta sobre demanda.
Pero me gusta creer que como sociedad hemos evolucionado más allá de eso. Me gusta creer que, al menos, estamos en camino a dejar de percibir cada situación o acontecimiento de forma bipolar. Una nueva conciencia se está abriendo paso, en la que la realidad deja de ser un dato dado y aprendemos a leerla de diferentes formas, y sacarle provecho. Nos transformamos en estrategas. No juzgamos, no separamos; leemos, integramos, desarmamos, transformamos.
Entonces, de acuerdo a la lectura capitalista, tenemos un sistema piramidal, que puede representarse aproximadamente de esta manera:




Pero es aquí donde podemos empezar a cambiar el enfoque. En vez de situarnos en un sistema valorativo capitalista, situémonos en uno (¿por qué no?) más democrático. Dado que todos sabemos que en un mundo gobernado por mujeres no habría guerras, ni hambre, ni discriminación, usemos el sistema que le da el poder a las mayorías para redibujar la poligamia. Si el grupo mayoritario se uniera -si se pusiera como prioridad la unión- el grupo minoritario (rico, de acuerdo al valor capitalista) debería negociar de forma satisfactoria con todas las partes antes de tomar una decisión. Mierda, por qué no: a medida que el grupo mayoritario se muestre más dependiente, más relegada va a quedar la figura del grupo minoritario como simple objeto sexual. Puede ser el camino para la ya mentada revolución sexual. Es este el principio de una ginocracia, donde un grupo de mujeres gobierna en hermandad y el hombre se transforma progresivamente en mascota. Es un esquema que me gusta llamar “La tabla redonda de mujeres”, aunque acá lo haya representado con un triángulo:



Pero hablemos en serio dos segundos. Más allá de que plantear las relaciones entre personas como estructuras de poder me parece divertido pero estúpido (dado que lo importante en la pareja, como en todo, no es la estructura sino los detalles), también creo que es hora de que cuestionemos las estructuras que nos han sido dadas. La verdad es que las instituciones familiares son todo menos tradicionales, dado que el concepto mismo de familia cambia de un núcleo familiar a otro. Sí ahora hemos llegado a un momento en la historia en el que el matrimonio homosexual es un tema que se puede discutir públicamente, ¿qué cosas maravillosas podremos discutir en el futuro? ¿Qué seremos capaces de ver como viable?
¿Quién sabe? Quizás antes de fin del siglo que viene Estados Unidos pueda presumir de haber elegido a su primer presidente polígamo. O, por qué no, a su primera presidente polígama; con dos primeras damas para cada demografía y un esposo para quien todavía no crea que se puedan llevar un gobierno sin un toque masculino. O, ya que estamos fantaseando, ¿para qué un hombre en absoluto?

1 comentario:

  1. Muy bueno el link de Valerie Solanas, es como si a la unión de Hitler y Menguele le pusieras concha y le hicieras leer un poco de Marx y Lacan en malas traducciones.

    Sobre la (in)necesidad de hombres se discutió bastante allá en los locos 50 con la Sci Fi, ya que en una nave que volara por décadas (o siglos) se necesitaría sólo un puñado de mujeres y un buen banco de esperma (o embriones, si lo aggiornamos) para garantizar variedad genética en lugar de los 124 uniones macho/hembra.

    En la práctica, la realidad es que con unos pocos miles de hombres habría para fertilizar y mantener andando la Tierra entera, pero Oski, sshhhh, a no avivar gilas.

    De la variedad psicológica, es decir, de la importancia de tener un otro (con todos los problemas que implique) como interlocutor a las feministas no les gusta, con reduccionismos dignos de Comte o el siglo XVIII, en fin, como en toda otra guerra, en la guerra de los sexos todos pierden.

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